miércoles, julio 25, 2007

Emociones baldías

Volvemos de nuevo a la senda de la reconstrucción pasiva. Han sido unos días de emociones de diferente índole, todas ellas sustentadas en caprichosos entornos efímeros. A la vida hay que insuflarle emociones tanto negativas como positivas para que las viejas lagunas del subconsciente se resquebrajen y comiencen una nueva reconstrucción con fines totalmente inocuos. La electricidad de los buenos momentos se vertebran en aleatorias coordenadas de nuestro yo más interior y consiguen aumentar la productividad de actividades paralelas. En cambio, las negativas sirven para mutar estados de ánimo anteriores y reforzar nuestro caudal de compresión y aceptación del mundo exterior. Es lo que a un viejo árbol le supone una fuerte e inesperada ráfaga de viento. Las hojas tristes, débiles y enfermas se volatilizan en torbellinos de dudoso final y el resultado es un progresivo endurecimiento de la síntesis vital. Y así me encontraba yo sumido en cábalas distraídas mientras leía un buen libro de mi admirado Pereiro. Sentía el fragor del aire entre los castaños en la testa y evocaba momentos de sibilino recogimiento en las peñas más escondidas en compañía lejana de lobos y otras bestias del bosque. Si, ese bosque que tanto me sigue atrayendo una vez que la luz del sol se evapora e invita al atrevimiento de horadar antiguos espacios sagrados. Los celtas camparon por aquí y evoco su recuerdo en cada roble que veo o toco. Parte de su sabiduría se transmite hacía mi cuerpo huérfano de conocimiento. He dejado a Pereiro un tanto colgado para seguir con esta humilde disertación acerca de apuntalar emociones siempre en pos de una causa positiva. La congoja se rebela en una mera lucha interna y la agudeza mental se proyecta en un único punto de inflexión temporal. Todo ello es buen caldo de cultivo para contar historias o simplemente iniciar mecanismos internos de reprobación en pos de una salida en una única dirección. El universo nos embauca con todo su tipo de energías y el espíritu de los druidas se hace latente en cada uno de nuestros actos, incluso en los fingidos. Y a todo ello, mucho se habla de los diferentes reacciones del cuerpo y de la mente hacía elementos que se atreven a transgredir nuestra calma interior: las emociones, como he comentado anteriormente. Estas puede ser de todo tipo: colectivas, individuales, dañinas, creativas, fingidas, distraídas e incluso cautivas. Hay que seguir atento a las instrucciones codificadas en cada uno de los estímulos que creemos percibir entre bastidores. Yo lo hago en este momento y me dejo llevar por una cascada de ideas, a veces inconexas y de difícil asimilación. La mente es sabia y me hace estibar ideas y conceptos caprichosos sobre el tapete. Todo ello es fruto del impacto lateral de una emoción que aún no he alcanzado a determinar y mientras voltea por mi mundo, yo la ladeo y la proyecto aprovechando su propia energía. Posiblemente alguno de los pocos que lean esto no habrán entendido nada y yo les contesto que no era mi intención, pues como he comentado me hallaba mutando resquicios y pequeñas porciones de emociones baldías. Es un ejercicio propicio para dinamitar los buenos propósitos, lijar el óxido que obstruye nuestros conductos emocionales y retirar el moho que no nos deja ver el horizonte.

martes, julio 24, 2007

Hoy he vuelto al barrio…

Han pasado unos años desde mi cambio de ubicación espacial en coordenadas equidistantes. Fue una toma de decisión fácil fuertemente sustentada en la ilusión por el estudio interior y la contemplación de fenómenos paranormales. En fin, todo tiene su ciclo y en diversas circunstancias es necesaria una mutación de estados y ánimos. Y en los primeros días se producen reajustes de biorritmos fuertemente sustentados por el descubrimiento de nuevas sensaciones y la reverberación de sentimientos encontrados. El silencio es el primer paso a la aventura y la familiarización con los tonos periféricos acompañan magistralmente a la nueva singladura.

Es inevitable liberar anclas del pasado y reiniciar usos y costumbres. Cambian los bares de cabecera, los saludos, las idas y venidas… Las rutinas, poses, dejes y estares en los diferentes mentideros de las esquinas. Se echan de menos colmados, tenderos y quiosqueros. Todo cambia en forma y esencia, pero no en funcionalidad previamente requerida. Es un nuevo viaje y asentamiento quizás temporal en el que las viejas imágenes de la retina se tienen que metamorfosear a los nuevos colores y olores.

Suele ser propicio e indicado hacer un recorrido no demasiado exhaustivo por los cuatro puntos cardinales del asentamiento, trazando un perímetro delimitado por establecimientos que nos otorguen servicios de primera necesidad: un bar, un estanco, una administración de loterías, una licorería, una ferretería, quiosco o librería y quizás un supermercado o colmado. Las piedras angulares de la correcta provisión deben ser muy tenidos en cuenta y memorizados a fuego en lo más hondo del cerebelo para actuar con prontitud en caso de necesidad. Una vez efectuado este necesario ritual es menester delimitar la segunda línea de necesidad: un videoclub, una panadería, una farmacia, una tienda de congelados, una mercería, una peluquería y hasta incluso una tienda de frutas para los más audaces. Aunque no existe una norma básica al respecto y luego sobre la marcha podremos establecer los límites y verificar la verdadera prioridad de los perímetros.

Pasan los meses y tras los devaneos cortocircuitados por el barrio finalmente la impronta del nuevo asentamiento se acaba impregnando cual mosaicos en nuestros espíritus. Nos amoldamos a los nuevos movimientos irreverentes del conglomerado humano y del hormigón y puede que alguna vez, apurando una copa en uno de los bares predefinidos del primer perímetro nos acordemos de nuestro asentamiento de origen, de donde uno procede y donde realmente se curtió a base de tertulias impagables y rondas infinitas de ruegos, deseos y preguntas. Y surge la nostalgia tal cual. Sin llamadas a cobro revertido ni paso por peajes mundanales. Y es cuando el regreso temporal en forma de incursión nada definida nos transporta mecánicamente a nuestro original asentamiento. El miedo nos invade y la congoja cimbrea en escuálidas taquicardias. La frontera se abre a nuestro paso y comienzan a tejerse de nuevo en la retina edificios y consorcios familiares. Descubres de nuevo la línea del horizonte sobre la vieja fábrica abandonada y echas de menos el olor sulfuroso del ambiente ahora abocado al sector servicios. El viejo bar de comidas cerró y el cartel se deja caer herrumbroso en una clara pose de sumisión no totalmente aceptada. Y recuerdas aquellas veladas entre vasos de nocilla, ules y olor a cocido grasiento que empapaba el ambiente. El humo de tabaco negro se cimbreaba al compás de los oxidados ventiladores del techo y en el ambiente se respiraba un claro olor a victoria diaria. Los olvidados héroes del día que musitaban y tertuliaban entre vinos y orujos. Nada mejor que sumergirse anónimo en las sabias charlas de los veteranos del lugar que prorrogaban su estancia mirando de reojo un vaso medio vacío en espera de que la mesonera atendiera a la necesidad notoria de prologar su concurso en el magno evento. Toda esa gente premeditadamente vieja en experiencias y en sinsabores nada circunstanciales. La llegada de la noche marcaba el fin del reinado efímero de los ya denostados héroes que encaminaban sus almas hacia sus hogares. Ahora todo eso ha desaparecido, aunque queda parte de la esencia vital revoloteando entre turbulencias de aire y hojarasca. Los que concurrimos en ese momento, la sentimos y la reconocemos. Un soez espasmo cervical nos da fe de ello.

Los bares de diseño o modernos se han adueñado de la zona y tras visitar un par de ellos me cercioro de que ya no quedan héroes del día. Lo lamento profundamente y tras sacudir la cabeza para desechar estas malas vibraciones que vician mi alma bohemia me dirijo a uno de los últimos santuarios de autenticidad que quedan en la zona. Dejo discurrir mi holgada zancada paralela a la vía del tren y observo perplejo los viejos aljibes oxidados que reclaman todavía su espacio cual antiguos mitos de leyenda. El cosmopolitismo engulle a la tradición y la autenticidad. Tras unos minutos de caminata y tras cruzar alegremente las viejas viviendas de obreros ya en desuso alcanzo a divisar entre extraños comercios el viejo bar. Un halo de excitación invitaron a un cigarro y a una memorable pausa neuronal. Ante mi la vieja puerta acristalada y el inefable cartel de vermú Izaguirre. Otra pausa atesora mis movimientos y tras un leve y raquítico suspiro empujo firmemente la puerta. El sonido de la campanilla aulló dulcemente y la suelas de mis zapatos se mimetizaron en bronca armonía con el viejo y desgastado mosaico del suelo. Todo parecía seguir igual, cosa que me enardeció amablemente. La vieja barra de cobre, las mesas de mármol y las siempre eficientes neveras de madera con su compresor en su cima. Una señora casi anciana embutida en una bata de faena azul y blanca dejó su labor de ganchillo y me observó. Dejó pesadamente su obra y se dirigió con pasos almohadillados hacia detrás de la barra. Su recuerdo cayó pesadamente en mi memoria y adiviné con cierto jolgorio que Pepita seguía viva. No estimé su edad pues lustros atrás ya era anciana y ahora lo era pero de otra manera. Pedí un botellín y descubrí con cierto jolgorio interior que seguían morando en las eficientes neveras de madera. Apuré el primer trago en un sorbo lento e intenso. La temperatura de servicio era idónea y lo festejé encendiendo otro cigarro. Comprobé a su vez, con hilarante torrente interior que los viejos ceniceros de cinzano seguían poblando la barra y las mesas. Otro triunfo de la autenticidad vital en otro momento dado. La concatenación de emociones me hilvanó en una sosegada sensación de paz para nada interior. Viré sobre mi posición original y oteé la estancia en busca de supervivientes a los mordaces tiempos. Un jubilado releía un viejo diario apurando su vaso de clarete y una extraña mujer con toscas vestimentas negras se encendía un cigarrillo tras otro mientras jugueteaba distraída con una copa huérfana de licor. En otra mesa un par de jóvenes parecían competir en silencio con los apuntes del instituto o quizás de la universidad. Fueron momentos de clara lucidez emocional. Los fantasmas del pasado pululaban a sus anchas sin cadenas por la estancia y eso me otorgó un nivel superior de crecimiento personal. Abandoné el lugar y recorrí mis propios pasos mientras huía sin rencores de un certero aplastamiento temporal. Dudé en identificarme y de reconocer a la vieja mesonera y entre aspamientos internos aceleré mi carrera sin mirar atrás. Me creía fuerte y no estaba preparado para la inmersión en esa cúpula atemporal. Debo mutar miedos y deseos a frentes más definidos, sin temor al escalabro y a la descomposición de la memoria. Sabía en mi interior que algo irreal había sucedido en un momento quizás dado y los fuelles del destiempo habían insuflado cierto pavo en mi alma. Me sentí necio de nuevo y aceleré aún más el paso en busca de la frontera de lo antiguo y lo nuevo. La visión de los bares de diseño insuflaron cierta calma distraída en mi subconsciente y por fin pude fumar relajado. Algo malo había hecho y mi propósito mientras me deslizaba a mi actual asentamiento era seccionar y analizar los hechos. El aura cosmopolita se fue canalizando con más fuerza y avisté la esquina que se adentra en la barriada de transición. Al fin pude deshacerme en parte de esa especie de peste negra que azuzó mis sentidos y que me infravaloró subyacente ante mi otro yo.

La vuelta al barrio había sido un fracaso temporal y ya ubicado en mis actuales coordenadas, las que a priori son las más seguras quizás por ser conocidas, dilucidé mi otro yo apurando otra ginebra seca que al fin pudo atemperar los espasmos del pasado. En mi asentamiento me sentía fuerte de nuevo pero el recuerdo visual de momentos anteriores azuzaban constantemente mi intento de regreso al pasado. El detonante temático para una nueva saga de introspección está servido. Comienzo de nuevo el viaje aunque ahora tejiendo virtualmente el punto de inicio, la zona de contacto y el posible túnel de regreso quizás a través de los viejos colectores de la memoria.

lunes, julio 23, 2007

Sesión vermú

Tras la fallida entrada anterior, de la que me averguenzo y me pongo a disposición de mis lectores para flagelos e improperios, he decidido rescatar un tema injustamente olvidado: Las sesiones vermú!!! Siniestro Total, uno de mis grupos preferidos, hizo un sentido homenaje a este acto, allá por el año 1997 con un álbum de nombre homónimo!

Vayamos por partes. Mi trabajo de campo se refiere básicamente a la zona de influencia por la que he pululado en innumerables fiestas de pueblos, normalmente en honor al santo de rigor: El Bierzo, esa pequeña comarca embutida entre Lugo, Zamora, León y Asturias. Lugar de gente recia, afable, hospitalaria y bregadora.

Mis inicios en las activades se remontan a los tiempos de pantalón corto y consumo de fantas, mirindas o gaseosas coloreadas. Observaba con cierta envidia a los mayores como tiraban de tintos y ginebras, pero en fin, todavía no era mi tiempo y tuve que esperar algunos años hasta que lancé sin rubor ni miedo a la ingestión de bebidas espirituosas. En fin, no hay fiesta sin orquesta, ni orquesta sin músicos y ni músicos sin bar o bares sin músicos. Fue cuando realmente comencé a admirar a esos maestros el arte del compás. Pero bueno, nos remitiremos a los hechos. Cada comisión de fiestas, una vez con el presupuesto en mano, decide como repartir los pocos fondos para atender las verdaderas necesidades de los parroquianos. Y como he comentado anteriormente, es inviable una fiesta sin orquesta. Para presupuestos modestos, basta un terceto clásico: bajo, teclado y batería para versionear libremente pasodobles, clásicos y hasta alguna joya de folklore popular. Pero vamos a ceñirnos al caso real vivido hace unos lustros y del que fui testigo de excepción.

Se trataba de la orquesta Carocos, famosa y reconocida sobre todo por los pueblos y villas del Bierzo Alto. Su fundador, Manuel, era un ávido teclista formado musicalmente en el conservatorio municipal de Barcelona, aunque luego se supo que realmente no llegó a acabar el primer año de curso, en fin, Manuel consideró que había aprendido lo suficiente y que su talento natural haría el resto. Manuel aporreaba con cierta maestría un viejo teclado Korg, que según las malas lenguas había ganado en una apuesta a un músico suizo en una partida de tute subastao. Completaba la orquesta su cuñado Suso al bajo, Muiñas a la batería y Jose el 'asturiano' a la guitarra. Comenzaron en pequeñas veladas haciendo versiones de clásicos hasta que depuraron su técnica y sopesaron la necesidad de fichar a un vocalista. Asi, Diego 'el Gavilán' se unió al grupo y empezaron los primeros bolos serios. En un principio tocaban en locales acondicionados como salas de fiesta sin cobrar un duro, tan solo las consumiciones que tomaban antes, durante y después de las actuaciones. Aunque poco más tarde, los contratistas, viendo el saque de los Carocos, decidió pagarles en metálico y que las copas se las pagaran ellos. Poco a poco se fueron haciendo un nombre en la zona y comenzaron a ser asiduos de las grandes fiestas patronales. La complejidad y variedad del repertorio hizo que el grupo se planteara la incorporación de una voz femenina y asi, Rosa de Doncos se unió a la formación. Alcanzaron cierto nivel de profesionalización e incluso se permitieron el lujo de dejar sus trabajos en los meses de verano para ceñirse únicamente a tocar en todos los sitios donde eran requeridos. Después de esta breve reseña histórica, pasamos a explicar lo que realmente se fomenta en la sesión vermú.

Normalmente el mismo día del baile, la orquesta suele tocar unos temas donde hace una avance del repertorio de la noche. Se suele hacer cuando la gente ha salido de misa y acude a las tabernas y cantinas para hacer el vermú, aunque los parroquianos de la zona suelen tirar más de blancos o claretes. En resumen, la banda ofrece una selección de lo que por la noche acontecerá. Tras la demostración, los músicos, tras recoger sus instrumentos, acuden a las mismas tabernas o cantinas para darse baño de multitudes y fanfarronear con las mujeres de lugar.

Este es mi pequeño homenaje a las orquestas de baile que frecuentan y amenizan las fiestas de los pueblos y a esos músicos bregados en orujo.

Despertares

A petición de mi media docena de fans, he decidido, en pos de la clarividencia contractual, iniciar de nuevo los desgajos casuales que han oradado las conciencias populares en estos últimos meses. Si, despierto del letargo e inicio una nueva singladura. Eso si, los habrá mejor construidos y de mayor interés. Con menos faltas y mejor articulación verbal. Pero esto es mio y sólo mio! Que conste en acta!

E inicio con despertares, una nueva saga acerca de los estados de ánimo y físicos de la gente que suele pulular por los antros y bares en busca de la felicidad en forma de tertulia y tragos largos.

Todo comienza una tarde cualquiera de sábado en alguno de los muchos bares de cabecera que siembran nuestra ciudad. Poco a poco, la gente va llegando, algunos saludan y otros no. Incluso a veces, alguien decide besar a las amigas, sobre todo cuando tienen la seguridad de un afeitado apurado a contra barba. Otros dias, todo queda en un gesto para nada calculado en pos de la parroquia presente. Pedir la consumición, acomodarse en la barra y permanecer alerta a los temas que el paisanaje va desgajando. La tarde se acelera y se va mutando en noche y los bebercios comienzan a aflorar en forma de simpáticas pupilas diltadas o dejadez en el rictus facial en forma de estúpida sonrisa. Los primeros chistes malos comienzan a ser tenidos en cuenta y hasta alguno se decide a canturrear la canción que vomitan los metálicos altavoces. Los pesados engranajes del soplo nocturno se han activado y nada podrá detenerlo. Bodegueros, envasadores, distribuidores y mesoneros empiezan a frotarse las manos.

Y llegada cierta hora es menester aprovisionarse de elemento sólido que amortigue las futuras embestidas alpisteras. Se decide un sitio, se improvisa o simplemente se acaba accediendo al mismo lugar de siempre, a por ese bocata de siempre con ese rioja de siempre. La cena en si, es lo de menos. Se reconoce como un punto de inflexión donde la manada se mueve unos cientos de metros en busca de una merecida pausa. Una vez instalados y con las copas llenas es cuando se decide el tipo de pitanza. Alguien siempre mira de reojo buscando inspiración en forma de calco en la libreta del mesonero. Tras la cena e ingestión de cafés, infusiones y alcoholes de alta graduación, la manada decide moverse en busca de la felicidad inmediata. Pero la manada es costumbrista, fiel y regresa sobre sus pasos al bar de cabecera, donde la actividad musical se ha reactivado y la gente se muestra más abierta y sonriente. Algunos miembros cambian de tercio y se tiran de cabeza al trago largo. Las primeras risas tontas se confunden entre brindis y muestras de afecto, incomprensibles horas antes. Algunos parroquianos arrojan temas trascendentales y otros continúan con sus pensamientos llanos exentos de violencia intelectual.

Hora de corte. Se producen las primeras bajas al cierre del local. Algunos deciden continuar y surge la palabra mágica: "el baile". Los más aventurados y valientes inician el peregrinaje con el sano objetivo de acabar una noche feliz. El sitio elegido, el de siempre donde concurren cientos de parroquianos con la actitud diligente de seguir tomando tragos, bailar, alternar y si es posible, entablar conversación con alguien interesante. En ese intervalo de horas, se producen los primeros escarceos y tambien alguna deserción anónima. Y comienza la hora de las lagunas, de las conversaciones y caras olvidadas. De gestos nunca hechos y confesiones jamás otorgadas. Es la hora de la desconexión terrenal y la onda enfocada al más allá. Se producen las primeras despedidas y como decían los Radio Futura: "con un suave balanceo voy por ahí..."

Varias horas después. El silencio o el suave ronroneo de una televisión vecina. Los rayos de sol oradando la estancia y un amargor seco instalado en la boca. Un fleje metálico oprimiendo las sienes en un calculado movimiento neuronal. Primeros aspamientos y una notoria desubicación temporal. La primera toma de contacto con el mundo real en forma de dolor de cabeza o de estómago. Y se produce la primera comprobación de daños y perjuicios: llevo la cartera, uf cuantas monedas en el pantalón y leches, he dormido vestido. El siguiente paso es la hidratación interna en forma de líquido elemento. Los mas ansiosos se amorran al grifo del lavabo y engullen sin omisión la clorada agua con movimientos para nada calculados. Para los días de menos dolor, siempre se puede llegar a la nevera y optar por diferentes medios de refrigeración. Los más sibaritas se decantan por el zumito y los más valientes y listos por la lata de voll damm! Dos, tres tragos largos y la primera reacción en cadena se produce en los vastos internos del organismo. Tras unos minutos de recomposición se suele proceder a la valoración monetaria de la noche, o sea, el cálculo estimado en euros sin tener mucho en cuenta la moneda pequeña. Ese día se suele omitir la ingesta de alimento y se suele regresar a la cama después de engullir varios comprimidos de lo primero que se pilla en el cajón: un día aspirina, otro ibuprofeno. Y tras unas horas de siesta, con la banda sonora de un documental de la 2 el día comienza por fin. Una buena ducha, unos bocados para reconstruir el dañado estómago y se suele volver al bar de cabecera, con el firme propósito de reconstruir la noche, dilucidar lagunas y recordar varias veces anécdotas con nombre y apellidos propios. Otra vez a la rueda. Algunos hasta hacen buenos propósitos y las primera declaración de intenciones se muestrea en el lugar, aunque normalmente, con el paso de los días se diluye en el primer trago largo que acontece en el bar de cabecera.