jueves, septiembre 18, 2008

Vamos a tomar copas y fumar...

"Bares son amores, cuando cierran tarde". Decían los Siniestro Total años atrás... Y cierto es el estado de desasosiego que le entra a uno cuando está apurando su bien merecida caña, con la firme idea de pedir otra y aparece la escoba inquisidora del amo del bar anunciando el próximo cierre del local. Ya no queda compasión en esta esfera. Y más en ciertos momentos en los que uno se ubica en una vieja bodegueta o bar antaño modernista en buena compañía y conversación.

Pero debemos destilar un poco los momentos en los que uno se haya seriamente implicado en una sesión casual de beber y fumar. El tabaco es una aliado social de primer orden, de eso no cabe ningún tipo de duda. Hacemos uso de él para crear una pausa calculada ante una pregunta o afirmación comprometida. Otras para insuflar valor nicotinado a la hora de comentar o requerir otra situación un tanto o más comprometida. Pero está claro que hay sesiones de fumar y beber que tienen un especial significado por los elementos que se mecen de una manera totalmente aleatoria. Los tertulianos no recurren al reloj ni toquetean constantemente el móvil en busca de un mensaje de texto inexistente. Las horas se mecen tranquilas, pero seguras. Y la hora de corte surge espontánea sin traumas ni prisas. Entonces es cuando se mira el reloj y se da uno cuenta de lo rápido que ha pasado el tiempo. No hay que confundir el éxito de una sesión de fumar y beber con una batalla léxica y verbal, en que temas afloran por doquier y se habla de todo y por todo. Hay tiempo para las pausas, incluso para los silencios "que no molestan". Se debaten diversos asuntos y aunque los relacionados con temas de trabajo son inevitables, estos suelen ser barridos por prosa más auténtica y comprometida. La complicidad y convergencia de señales invisibles para el resto de los mortales tiene mucho que ver en el éxito de una sesión de este tipo. Normalmente uno aparece en el escenario de manera casual sin ningún tipo de objetivo previo. Ni pensar en lo que se va a decir o explotar un tema que tenemos de la mano para agasajar en la tertulia. Los temas van saliendo al vuelo y se van permutando con el éstado de ánimo.

Y no debemos equivocarnos. Una sesión de tomar copas y fumar no implica necesariamente acabar en un deplorable estado etílico. No es el objetivo ni mucho menos. Para eso recurriríamos al sector 'tajarín' del grupo de amigos o colegas, especializado en este tipo de misiones. Tomar copas y fumar en su puro estado es una filosofía que está al alcance de muy pocas personas. Se puede llegar a convertir en una marca de la casa o incluso en una señal secreta que sólo los auténticos militantes conocen, conservan y sobre todo cuidan. El mundo está lleno de secretismos y señales herméticas que vamos creando para proteger nuestra auténtica esencia. Muchos de esta esfera quieren entrar en el círculo pero no todos estan preparados y de nada sirve una mera declaración de intenciones. Otros se suben al carro aparentando poseer la esencia de este noble arte pero son rápidamente descubiertos y ellos mismos se deshechan ante el aura negativo que perciben por parte de los poseedores de la auténtica esencia. Con ello no quiero hablar de sectas o sociedades secretas. Tan sólo se requieren una serie de virtudes, casi todas ellas innatas y vocacionales. De nada sirve aparentar, los impostores son rápidamente descubiertos.

Quizás algunos denoten cierta disposición elitista en mis palabras. Para nada. Somos los que somos y nos mecemos por los designios del tiempo y las complicidades enquistadas en las esquirlas del momento. Sólo sé que me gusta tomar copas y fumar en el sentido puro de la palabra. Se puede considerar un estilo de vida, un complemento vital e incluso una necesidad temporal. Nuestra vida está llena de momentos, muchos de ellos secuenciales y es importante engancharse de vez en cuando a cierto caos controlado. Las asimetrías son necesarias y muchas veces se ciñen involuntarias al holograma del momento. Sin buscar algo finito, ni meta que una vez cruzada nos haga desentendernos de esta porción de tiempo. Al final de un camino, si es que le queremos llamar final, se abre otro y se ramifica en los estratos contemporáneos en pos de un futuro fructífero a nivel de vivencias personales. Nunca hay un final. Incluso después de nuestra muerte corpórea se abre un universo de dimensiones insospechadas. Se puede vivir en el tren de la mediocridad y estados sociales marcados cronologicamente o vivir solapados con los que nos ofrece la otra dimensión. Ciertamente, me gusta tomar copas y fumar...