lunes, julio 23, 2007

Despertares

A petición de mi media docena de fans, he decidido, en pos de la clarividencia contractual, iniciar de nuevo los desgajos casuales que han oradado las conciencias populares en estos últimos meses. Si, despierto del letargo e inicio una nueva singladura. Eso si, los habrá mejor construidos y de mayor interés. Con menos faltas y mejor articulación verbal. Pero esto es mio y sólo mio! Que conste en acta!

E inicio con despertares, una nueva saga acerca de los estados de ánimo y físicos de la gente que suele pulular por los antros y bares en busca de la felicidad en forma de tertulia y tragos largos.

Todo comienza una tarde cualquiera de sábado en alguno de los muchos bares de cabecera que siembran nuestra ciudad. Poco a poco, la gente va llegando, algunos saludan y otros no. Incluso a veces, alguien decide besar a las amigas, sobre todo cuando tienen la seguridad de un afeitado apurado a contra barba. Otros dias, todo queda en un gesto para nada calculado en pos de la parroquia presente. Pedir la consumición, acomodarse en la barra y permanecer alerta a los temas que el paisanaje va desgajando. La tarde se acelera y se va mutando en noche y los bebercios comienzan a aflorar en forma de simpáticas pupilas diltadas o dejadez en el rictus facial en forma de estúpida sonrisa. Los primeros chistes malos comienzan a ser tenidos en cuenta y hasta alguno se decide a canturrear la canción que vomitan los metálicos altavoces. Los pesados engranajes del soplo nocturno se han activado y nada podrá detenerlo. Bodegueros, envasadores, distribuidores y mesoneros empiezan a frotarse las manos.

Y llegada cierta hora es menester aprovisionarse de elemento sólido que amortigue las futuras embestidas alpisteras. Se decide un sitio, se improvisa o simplemente se acaba accediendo al mismo lugar de siempre, a por ese bocata de siempre con ese rioja de siempre. La cena en si, es lo de menos. Se reconoce como un punto de inflexión donde la manada se mueve unos cientos de metros en busca de una merecida pausa. Una vez instalados y con las copas llenas es cuando se decide el tipo de pitanza. Alguien siempre mira de reojo buscando inspiración en forma de calco en la libreta del mesonero. Tras la cena e ingestión de cafés, infusiones y alcoholes de alta graduación, la manada decide moverse en busca de la felicidad inmediata. Pero la manada es costumbrista, fiel y regresa sobre sus pasos al bar de cabecera, donde la actividad musical se ha reactivado y la gente se muestra más abierta y sonriente. Algunos miembros cambian de tercio y se tiran de cabeza al trago largo. Las primeras risas tontas se confunden entre brindis y muestras de afecto, incomprensibles horas antes. Algunos parroquianos arrojan temas trascendentales y otros continúan con sus pensamientos llanos exentos de violencia intelectual.

Hora de corte. Se producen las primeras bajas al cierre del local. Algunos deciden continuar y surge la palabra mágica: "el baile". Los más aventurados y valientes inician el peregrinaje con el sano objetivo de acabar una noche feliz. El sitio elegido, el de siempre donde concurren cientos de parroquianos con la actitud diligente de seguir tomando tragos, bailar, alternar y si es posible, entablar conversación con alguien interesante. En ese intervalo de horas, se producen los primeros escarceos y tambien alguna deserción anónima. Y comienza la hora de las lagunas, de las conversaciones y caras olvidadas. De gestos nunca hechos y confesiones jamás otorgadas. Es la hora de la desconexión terrenal y la onda enfocada al más allá. Se producen las primeras despedidas y como decían los Radio Futura: "con un suave balanceo voy por ahí..."

Varias horas después. El silencio o el suave ronroneo de una televisión vecina. Los rayos de sol oradando la estancia y un amargor seco instalado en la boca. Un fleje metálico oprimiendo las sienes en un calculado movimiento neuronal. Primeros aspamientos y una notoria desubicación temporal. La primera toma de contacto con el mundo real en forma de dolor de cabeza o de estómago. Y se produce la primera comprobación de daños y perjuicios: llevo la cartera, uf cuantas monedas en el pantalón y leches, he dormido vestido. El siguiente paso es la hidratación interna en forma de líquido elemento. Los mas ansiosos se amorran al grifo del lavabo y engullen sin omisión la clorada agua con movimientos para nada calculados. Para los días de menos dolor, siempre se puede llegar a la nevera y optar por diferentes medios de refrigeración. Los más sibaritas se decantan por el zumito y los más valientes y listos por la lata de voll damm! Dos, tres tragos largos y la primera reacción en cadena se produce en los vastos internos del organismo. Tras unos minutos de recomposición se suele proceder a la valoración monetaria de la noche, o sea, el cálculo estimado en euros sin tener mucho en cuenta la moneda pequeña. Ese día se suele omitir la ingesta de alimento y se suele regresar a la cama después de engullir varios comprimidos de lo primero que se pilla en el cajón: un día aspirina, otro ibuprofeno. Y tras unas horas de siesta, con la banda sonora de un documental de la 2 el día comienza por fin. Una buena ducha, unos bocados para reconstruir el dañado estómago y se suele volver al bar de cabecera, con el firme propósito de reconstruir la noche, dilucidar lagunas y recordar varias veces anécdotas con nombre y apellidos propios. Otra vez a la rueda. Algunos hasta hacen buenos propósitos y las primera declaración de intenciones se muestrea en el lugar, aunque normalmente, con el paso de los días se diluye en el primer trago largo que acontece en el bar de cabecera.