miércoles, octubre 12, 2005

Churrerías, coliflores y otras conspiraciones

Los olores, al igual que las canciones se pueden convertir en cronistas exactos de un lugar o de una coalición. Me he despertado hace poco y no excesivamente resacoso. La noche fue corta, pero intensa y en mi honor cabe restañar una retirada a tiempo. Justo cuando la noche muta de interesante a peligrosa y cuando las razas y hordas nocturnas atrincheran al paisanaje normal. Justo en el preciso instante en que nuestra percepción de ajustarse a designios morales o dinerarios permuta a una evasión fiscal en toda regla, en forma de consumiciones a precios abusivos o la ingesta de copas innecesarias.

Y por una vez fui normal y me retiré hacia el norte de mi ciudad. Esquivaba coches y charcos al tiempo que encendía otro innecesario cigarrillo. El humo me persigue durante décimas de segundo y se evade cuando da por bueno el umbral de mi seguridad. Camino lento al acecho de enemigos imaginarios o de situaciones dantescas a las que no fui invitado. Cuando llevo 20 minutos de estéril caminata y cuando la ciudad parece haber crecido es cuando me arrepiento de haber dejado la esquina del local donde seguro que ahora pondrían mi canción y la chica de mis sueños proyectaría su vista hacia mi ubicación. Me detengo con sonora brusquedad y el arrepentimiento de mi huida me corroe y me llena la sesera de balbuceos y luchas internas. Permanezco inerte. Tan solo parece tener vida la punta incandescente de otro innecesario cigarrillo recién encendido. Y un olor repentino traspasa mis fosas nasales hiriendo mi pituitaria y reactivando mi sistema psicomotriz. Un olor tremendamente asqueroso pero zalamero a la vez. Ese olor que se puede coger y te advierte y te marca una senda hacía una destartalada caseta de color rojo. De su chimenea ilegal mana un humo blanco y denso. Propio de la mejor y más grande central térmica que se haya construido nunca.

Y como soy más curioso que sensato encamino mi trémulo cuerpo hacia la caseta y abordo su perímetro y descubro a individuos variopintos que más que tertuliar discuten mientras apuran la bravida lata de cerveza. El tipo de la caseta me mira e ignora a la vez. Dudo en si hablar o balbucear, porque seguramente que hago lo último. Y le pido una bolsa de patatas. Seguramente me sirve las mas grasientas e infames del mundo que devoro en actitud cromañona mientras enfilo mis pasos hacía mi destino. Otro cigarro que enciendo con mis manos pringosas y sospechosamente brillantes. Ese olor, el de la churrería se incrusta en el cuaderno de ruta como excalibur en la roca. Es la primera señal.

Y ahora que es de día y comienzo a recordar el olor aceite requemado es cuando me viene la imagen de la patética ingesta a horas intempestivas. Pero no es ese olor que me impugna y me marea el que siento al asomar mi tez pálida a la intemperie. Es la coliflor. Seguramente el olor marca de la casa de patios interiores: “9 de cada 10 patios confiesan haber tenido ese olor como olor franquicia”. ¿Pero como puede ser? ¿Cómo puede oler a todas horas? Por la mañana, por la tarde, por la noche. Quizás sea un método de las agencias de inteligencia y control para atenuar al paisanaje. Dudo que sea simplemente el hedor que mana un sospechoso vegetal de color blanco y forma parecida al cerebro humano. Y comienzo a investigar. En mi buscador preferido pongo las palabras clave y el carrusel de datos me empieza a absorber. Necesito un café muy negro, aspirina y otro innecesario cigarro. Tomo notas, cotejo datos y creo organigramas y diagramas de flujo. Preveo una conspiración en toda regla. Todos temen al NAPALM, al ébola y los agentes químicos guardados en contenedores en algún depósito secreto en un desierto secreto de un país totalmente secreto. Por el skype me pongo en contacto con mi colega Mike de Colorado Spring. Y le cuento. Y el asiente y un esbozo de terror se le filtra en su voz. Y me muestra el resultado de sus investigaciones. Estamos en franca sintonía. Nuestros baudios, bits de control y paridad están totalmente sincronizados. Pero no es motivo de alarma. A otros por menos, los han tachado de esquizofrénicos y han sido entachonados de química tranquilizante. Sincronizamos nuestros relojes y decidimos a partir de ese momento, transcribir y transmitir nuestros mensajes en clave.

Desde ese momento los olores son detonantes temáticos para control de plagas humanas. Tanto físicas como mentales. Quizás el tipo de la churrería era un agente secreto de una más secreta organización. Ahora entiendo y comprendo el porque de esos pasos invisibles que tamizaban los míos cuando caminaba con destino a mi hogar. Y ese coche, que me vigilaba y me seguía con los faros apagados. Y el tipo del quiosco que hizo un extraño ademán cuando le compré el Marca. Hasta el olor a papel es soez e indiscutiblemente portador de información que atenúa sentidos y valores.

Mi patio rezuma a olores. Siembro de albahaca los dinteles y alfeizares de mi casa. Son un poderoso aislante de olores invasivos y conspiradores que harán de mi centro de investigación un lugar presumiblemente seguro. Ahora me siento realmente seguro. Enciendo otro cigarro innecesario y me sorprende su aroma y olor. No tiene. Finalmente he conseguido evadir los primeros envites contra mi persona. Pero los helicópteros siguen zumbando volando en círculos sobre mi perímetro. No lo duden, discrepen de olores de coliflor y de aceite de casetas rojas. Estarán a salvo. Yo de momento lo estoy porque sigo sin oler el humo de mi otro innecesario cigarrillo.