Patios de Luces, volúmen 1
Prisionero de un infortunio. Metal con ruedas e impacto cinético versus articulación cartilaginosa. Desde esta prisión de 50 metros observo el patio y me siento un impostor mancillando el recuerdo de James Stewart y su objetivo. Pero en este patio no ocurre nada especial. O al menos me lo parece. Los patios interiores o de luces pueden llegar a ser el termométro sociocultural de una comunidad.
De entrada los tendederos. Muestran al viento estático del patio sus colores. Camisetas de Ecuador, una del Barça, un par de Brasil falsas, por supuesto. Y esas bolsas de caprabo haciendo de inútil disuasor de palomas. Las mismas que con sus falaces excrementos dibujan horrendas siluetas en las desconchadas paredes. Las mismas que se cobijan en los huecos de las ventanas conformando esa horrible banda sonora de arullos y bufos insoportables. Las mismas que deambulan enfermas y cargadas de parásitos por cuerdas y salientes.
Y a veces veo un gato. Desde la altura de mi piso se ofrece enorme, gordo y perezoso. Dormita y vaguea a intervalos simétricos. Yo le llamo Paco y a veces le lanzo un trozo de salchichón que holisquea durante segundos y engulle en céntesimas, antes el acoso de las huestes con alas que se cierne s0bre el inesperado botín. Y se queda inerte y su mirada penetra el espacio en busca de una nueva vianda que caiga del cielo. Inesperada, pero bien recibida. Y en todo caso, nunca agradecida. Supongo que con su sola presencia me premia entre el hastío del patio.
La banda sonora del patio muta en consonancia del tiempo. Por la mañana, en esta extraña caja de resonancia, truenan los ecos de informativos matutinos y a posteriori de cacareos del corazón. Y como cada sonido tiene una fragancia, a esta hora toca el olor a café torrefacto y a tostadas. Y los sonidos mutan con la gira diaria del sol. Este apunta alta y comienzan de nuevo los ecos de noticias y anuncios, anuncios y noticias y comienzan los efluvios de coliflor por el patio. Si el pachuli es el olor de una generación, el humeo vaporoso de la coliflor hirviendo forma parte de la de muchas. Signo de la casa que personalmente odio, veto y detesto. Pero lo mismo que no podemos corregir el olor a sobaquera del tipo que invade nuestro metro cuadrado en el metro, lo mismo digo del vapor infecto que recorre el patio e invade mi hogar. Y llega la tarde, las primeras ventanas se iluminan y el trasiego humano se acentúa y el voyerismo adquiere mayor interés e intensidad. Un tipo barrigón que plancha o al menos lo intenta. Una jovencita teclea mórbida y lee aburrida la pantalla de su ibook. A veces levanta la vista y mira hacia mi ubicación. Yo escrudiño su interiorismo de ikea con mis prismáticos Tronic y me embeleso con su aburrido minuto de gloria. No merece más pues no descubro una lenceria interesante. Vaya no intuyo nada bajo una camiseta XXXL de Voll-Damm. Poca cosa más a destacar. Y por fin llega la noche. Los Suaves decían que la noceh se mueve y por desgracia el espejo cortinaje de decenas de ventanas comienzan a cerrarse. El sonido de persianas violentamente bajadas siegan como sutil estilete mis pretensiones. Sigo esperando el carracho de visión nocturna (marca ACME) que pedí haces unos días. Pero creo que el voyerismo forzado y no casual, entierra buena parte del factor sorpresa. Eso de abrir la ventana, recien levantado y legañoso y ver a la vecina de enfrente en tanguita recogiendo la ropa del tendedero apremiada por la prisa y el reloj. Seguiré estudiando el patio. Buscaré nuevas muestras y motivos, pero siempre de una manera casual que es como la ciencia regala a los pacientes. Continuará....
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