martes, agosto 26, 2008

El guiño de David

Florencia, 7 de agosto. La larga sombra del campanile de Santa Maria del Fiore me cobijaba cómodamente en esa pavorosa tarde de calor. Me había despedido instantes de mi compañera casual de viaje en un café junto al ponte vecchio, con la firme promesa de volvernos a ver. Adiviné su mirada lúcida y traviesa tras sus ray ban y nos besamos discretamente. Sentí cierto sonrojo en las mejillas y un desangelo recorrió mi espina dorsal. No era la primera ni sería la última vez en que nuestros caminos se cruzarían y cada vez que esto ocurría, algo explotaba en algún lugar de la otra esfera. Era el precio a pagar por la eclosión de dos almas errantes que viajaban en diferentes vagones y que a veces, por casualidad, coincidian en una longitud y latitud tan concreta como errática.
Espolvoreé los pensamientos de la despedida y me dirigí con cierto talante por la via ricasoli esquivando a turistas torpes y ocasionales. El edificio de la Galeria de la Academia se iba descubriendo antes mi y la moleskine comenzó a titubear entre mis manos. En la puerta enseñé la acreditación que mi amiga me había proporcionado y el mundo se abrió delante de mi. Tras pasar el pertinente y molesto control de seguridad, me enfilé directamente hacías las coordenadas que dictaba mi centro de mando neuronal. Sin darme cuenta me vi rodeado por los cuatro prisioneros que me desafiaban e intentaban con más fuerza que nunca deshacerse de su prisión de piedra. El peso de mi alma se multiplicó por mil y un pavor etéreo me invadió haciendo imposible cualquier movimiento. La torpeza se intuía en la coreografía improvisada de mi estéril huída. Me hayaba justo en el centro de los prisioneros y el resto de visitantes se presentaban a mi en proporciones y sensaciones nunca vistas, sin sombras y con una textura parecida al vapor. Apreté los puños y la mandíbula con la misma presión neumática y un esbozo de huída se dibujo a través del bosque humano inanimado. Y David se presentó ante mi. Con su mirada distraída y el porte hercúleo que otorgan sus más de cuatro metros de mármol de Carrara. La luz de la sala se fue atenuenado y los pocos turistas torpes y ocasionales desaparecieron en una extraña procesión. La calma se fue instaurando poco a poco y la estancia pareció retomar su pulso normal. Tomé la Leica, que formaba pareja con otra que posiblemente estuviese a unos metros de allí con el firme propósito de inmortalizar, más si cabe, el momento. Pero fue imposible. Los sentidos se afilaron y comenzaron a escudriñar limpiamente cada porción de mármol, cada ángulo, cada proporción. Incluso el aire que David ocupaba se mostraba como arte. La cámara se negó a disparar o fue más bien el dedo traidor y arrepentido que quería que la imagen se inmortalizara en mi memoria. Guardé la cámara en su funda y la tensión pareció desaparecer de nuevo. Rodeé a David varias veces, en ambos sentidos y su mirada desafiante pareció perseguirme. Bajé la mirada y estuve observando inútilmente mis botas durantes unos segundos... Tomé asiento en los bancos y de repente empecé a tomar notas inconexas en mi cuaderno. Páginas y páginas de relatos, sensaciones, matices, colores... Desafié de nuevo a David e intenté hacer un boceto de su silueta para tener una prueba real de la abducción... Pero de nuevo los sentidos se bloquearon y fue imposible ni trazar ni una sola línea. De nuevo los sentidos se afilaron y me dieron a entender que la imagen de David debería perdurar en mi memoria grabada a fuego lento. Me incorporé y rodeé a David unas cuantas veces, pero esta vez en sentido inverso. David emanaba energía y proyectaba una extraña sensación de poder. Ciertamente enturbiado decidí abandonar la sala y buscar algo de aire viciado. Todo era extrañamente limpio en este sitio. Observé a David por última vez mientras abandonaba la sala y pude imaginar un guiño de complicidad mientras me mostraba el pulgar de su enorme mano derecha en inequívoco símbolo de aprobación. No podía dejar de mirar hacia el gigante y al pasar de nuevo entre los cuatro prisioneros, estos soltaron una carcajada al unísono. De repente todo se volvió extrañamente normal de nuevo y el murmullo de los turistas torpes y casuales comenzó a borbotear de nuevo en mi cabeza. Abandoné la Galería y me enfilé con cierta violencia por la via ricasoli de nuevo, atravesé la piazza del duomo sin apenas hacer caso al campanile ni a la cúpula de nuestra Fiore y regresé de nuevo al ponte vecchio tras devorar en largas zancadas la via roma y las posteriores... El río Arno suspiraba perezoso a través del puente y eso me otorgó de nuevo cierta energía. Mi cuerpo necesitaba con cierta urgencia una grappa y un liadito especial. Guardé la cámara en el zurrón de piel de vaca auctaresa y busqué la lata de cinc donde moraba el tabaco inglés minuciosamente liado. El viejo zippo no falló y su llama azul prendió el liadito con prestancia y decoro. La primera calada inundó soezmente mi interior y la baliza de posición de mi cuerpo se estabilizó a compases nada erráticos. Ahora el mundo parecía tener una vertiente más digna y la grappa acabaría de entonar mi espiritu. Me encaminé hacía la piazza Trinitá y el rótulo del café de Marcello me posicionó finalmente en este lado de la esfera. Allí se encontraba el viejo abastecedor de cafés y bebidas espirituales. Tomé café y una grappa de un trago. Finalmente volvía a ser yo mismo y me emocioné internamente por ello. Una estúpida sonrisa se dibujó mientras caminaba de nuevo en busca de mi siguiente destino: Roma.
Decidí caminar hasta la estación de tren por la vía rápida, esta vez sin vagabundear ni atender cualquier resquicio de arte que se interpusiera en mi camino. La misión estaba ya marcada y nada ni nadie podría detenerme... Pero a la altura de la piazza de la stazione, el bramido de un claxon me devolvió a la realidad. Un todo terreno se detuvo a mi lado y vi mi imagen soez reflejada de nuevo en unas ray ban familiares.

- Te llevo, viajero del tiempo...

Su voz no sonó a pregunta si no a afirmación. Más bien a orden. Dudé el tiempo que tardaron dos turistas torpes y casuales en cruzarse en mi camino. Me subí al al viejo trasto y en la radio sonaba una versión del born to be wild... Ella arrancó al tiempo que se cerraba la puerta y una mirada, esta vez por encima de las ray ban, me interrogó y desnudó a tiempo parcial...

- ¿Que has estado haciendo estos días, viajero?

No supe que decir mientras ella se enfilaba rápida y audaz por el viale Francesco Petrarca..

-¿Sabes que? -susurró- Nos vamos a Siena... Tenemos asuntos que tratar. ¿Has estado alguna vez?

Si vengo de allí, pensé... Con un fuerte volantazo que trastabilló mi cabeza contra el cristal ella dijo entre dientes:

-Pues si has estado, te jodes y te vienes... Por cierto, aún estoy esperando que me digas, que has estado haciendo...".

- David y los prisioneros me abduccieron... David me hizo un guiño y me ha marcado el camino...

Una fuerte carcajada atronó en el interior del viejo e inefable cacharro...

- ¿Sabes que? Estás como una chota jejejejeje...

Se fijo las rayban y tras una fuerte y sonora palmada en mi hombro, aceleró el viejo trasto hacía el finito y el más allá de Siena...